La Palabra cada día

Por Jesucristo nuestro Señor

(Juan 16,23b-28)

Por Jesucristo nuestro Señor es la fórmula con la que la iglesia termina su oración al Padre en la Eucaristía. Escuchamos en la Palabra de hoy: «Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre». Esta Palabra nos invita a una reflexión sobre nuestra manera de orar al Padre.

Jesús nos invita a confiar en nosotros mismos cuando nos ponemos a orar: «porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios». El gran misterio de la oración es que Jesús nos ha hecho mediadores, como él: «Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere». La oración del discípulo y el Amor del Padre es la misma acción: el discípulo ora en el amor. Por experiencia sabemos que quien ama no necesita de palabras para manifestar el amor, pero quien ama busca estar con la persona amada. Los amigos quedamos para estar.

Pensemos en nuestros momentos de oración. La gran mayoría de los discípulos dedicamos al Padre un corto tiempo dominical para orar. Nos parece largo, aburrido y con frecuencia no entendemos lo que decimos. Convertimos en oración lo que leemos, invocamos a los santos —les encendemos un vela— para que ellos oren por nosotros. Quizás sea así porque no amamos al Padre como conviene, o porque no creemos en nosotros mismos, o no escuchamos bien lo que Jesús nos dice: «si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará».

La oración es el tiempo de escuchar y de pedir. Escuchar al Padre y pedirle que su Reino venga, que se cumpla su Voluntad; es la oración que Jesús nos ha enseñado.

Por Jesucristo nuestro Señor
Por Jesucristo nuestro Señor

La Palabra cada día

La fuente de la alegría

(Juan 16,20-23a)

De nuevo la Palabra recuerda al discípulo que ha de ser testigo de la alegría, porque la presencia de Jesús es la fuente de la alegría: «volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón». El discípulo no debería anunciar el evangelio como producto de aguafiestas. Se ha hablado mucho de ayuno y abstinencia, se ha demonizado con frecuencia las maneras de vivir alegre, y eso no coincide con la alegría de “los amigos del Novio”. Tampoco deberíamos, por otro lado, confundir la alegría del discípulo con el contento de una solemne función religiosa —ojalá toda celebración religiosa fuera también fuente de alegría—.

Es posible que todos tengamos razones para alimentar nuestras tristezas. El mundo que nos rodea y nuestras propias circunstancias son con frecuencia motivo de tristeza. Las mujeres madres son el ejemplo de Jesús: conocen el sufrimiento de dar vida y son, al mismo tiempo, testigos de la alegría de la vida. El mensaje de Jesús no evita al discípulo vivir experiencias de tristeza: ver al hermano humillado por situaciones contrarias a la fraternidad del mandato de Jesús causa tristeza… Pero en medio de todo esto, el discípulo es testigo de la alegría que es fundamento de toda vida.

Es cierto que hay situaciones que se encargan de entristecer la vida y personas que gozan haciendo el mal que produce tristeza. Esto no lo podremos evitar, fue siempre así y seguirá siendo así. El discípulo anuncia al mundo la presencia de Jesús ausente: «volveré a veros», «estaré con vosotros hasta el fin del mundo». Entonces «se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría».

La fuente de la alegría
La fuente de la alegría

La Palabra cada día

De la tristeza y la alegría

(Juan 16,16-20)

El llanto y la alegría son polos opuestos en la relación del ser humano. Para algunos la vida es un continuo llanto, que se lo digan, si no, a quienes después de muchos esfuerzos por buscar una vida digna, malviven en la pobreza o son ninguneados por las instituciones. En el polo opuesto se encuentran quienes viven rodeados de riqueza y de poder… Parece que esto ha sido así desde la primera existencia del ser humano en la tierra y no tiene visos de cambio.

En estas situaciones las palabras del evangelio de hoy han sido entendidas como una adormidera: que no se preocupen los que lloran en este mundo porque en el otro reirán; que se anden con cuidado quienes en este mundo ríen, porque en el otro serán echados fuera y rechinarán los dientes. Nos queremos convencer de que lo importante es el final, como nos hacen ver ciertas historias de los cines: habrá para quienes lloran un “happy end”… Mientras tanto no importa si, como en el día de Caín y Abel, la persona pobre es explotada y ninguneada en este mundo.

¿Es la ausencia de Dios la causa de estas situaciones opuestas? La Palabra de Jesús nos dice que Dios volverá dentro de poco, pero ¿qué significa ese “dentro de poco”?, porque ya nos hemos acostumbrado a su ausencia, al llanto de los pobres y a la risa de los ricos.

Jesús nos promete el Espíritu Santo como presencia de Dios en el mundo, que transforma en alegría el sufrimiento y la tristeza del discípulo; la presencia de Dios es como un Viento que se siente, pero del que nadie se puede adueñar. Quien se atreve a creer en el Viento del Espíritu, convierte la tristeza en alegría.

De la tristeza y la alegría
De la tristeza y la alegría

La Palabra cada día

Mi verdad

(Juan 16,12-15)

Más de una vez —casi seguro— habremos escuchado estas palabras, o quizás las hayamos pronunciado, para afirmar que nuestro saber es inamovible: “mi verdad”. Es la tentación de reducir el mundo a lo que entiendo por verdad, como si no hubiera otra. También ocurre que algunas instituciones se arrogan “mi verdad” como la única… De esto sabe mucho la historia de nuestra iglesia, que se ha presentado como la única verdad, el único espacio de salvación para la humanidad.

La Palabra de Jesús desmonta esa “mi verdad” de la mente y del corazón del discípulo. La fe del discípulo es débil y, aunque ha de vivir de la fe, ha de hacerlo en esa debilidad que no puede cargar con toda la verdad, ni puede decir que su predicación es lo absoluto. Lo mismo la iglesia —como institución— ha de anunciar al mundo la Buena Noticia, pero no poseedora de toda la verdad.

Jesús sale al paso de esta tentación enviando al discípulo “el Espíritu de la verdad”. El Espíritu es Viento que se siente pero no se puede atrapar. La verdad viene del Espíritu, nos dice la Palabra hoy. La verdad es Viento, se puede conocer hasta donde nuestra capacidad nos lo permite, pero de ninguna manera se puede atrapar. La Verdad Plena está sólo en Dios y sólo su Espíritu puede llevar al discípulo, al ser humano, a sus instituciones, a “la verdad plena”.

Una iglesia que se pone en camino en medio de la humanidad —la iglesia sinodal— busca los signos de la Verdad del Espíritu entre las verdades del mundo; es humilde testigo de la Verdad Plena para todo ser humano y para toda institución y se atreve a enseñar que la verdad se busca caminando con las personas.

“Mi verdad”
Mi verdad

La Palabra cada día

¿Adónde vas?

(Juan 16,5-11)

La ausencia no es sinónimo de abandono, aunque se manifieste como orfandad. El discípulo no puede sentirse abandonado ni creer que vive en una iglesia de huérfanos. ¿Dónde está Dios —nos preguntamos—, a dónde se ha ido Jesús? El abandono produce desánimo y tristeza, ¿merece la pena ser testigo de la Buena Noticia cuando el mensaje de Jesús parece no interesar a nadie?

En adelante la presencia de Jesús será como el viento que no se sabe de dónde viene ni a dónde va, porque así es el Espíritu que nos envía. Por eso el discípulo ha de aprender a sentir el viento, aunque no pueda atraparlo, ha de sentir que existe en perdón, que en medio del mundo está la santidad de Dios, que el mal, aunque parezca imposible, ha sido vencido. La Palabra invita al discípulo a meditar en esta triple dimensión del Espíritu y devolver la confianza en Dios, aunque por el pecado lo hayamos abandonado.

Animado por el Espíritu el discípulo no oculta el pecado que domina al mundo que ha olvidado a Dios y pasará por el mundo haciendo el bien, como el Maestro.

Animado por el Espíritu el discípulo cree en la justicia de Dios y habrá de descubrir en medio del mundo los rasgos de la santidad de Dios que está entre nosotros hasta el fin de los tiempos.

Animado por el Espíritu el discípulo sabe que el príncipe de este mundo está condenado, el mal ha sido condenado, vencido por la muerte de Jesús resucitado. En la condena del príncipe de este mundo se cumple la Palabra de Jesús: Dios ha enviado a su Hijo a salvar al mundo.

“¿Adónde vas?”
¿Adónde vas?

La Palabra cada día

Nace el tiempo de la esperanza

(Juan 15,26–16,4a)

El tiempo litúrgico nos acompaña durante todo el año, nos ayuda a vivirlo en compañía de Jesús. Lo hemos visto naciendo como el más pobre. Ya adulto, hemos contemplado cómo el Espíritu ha venido sobre él a orillas del Jordán y ha transformado su vida. Nos ha invitado a estar con él, nos ha hablado del misterio de Dios, un Padre que ama profundamente a sus hijos, que salva al mundo entregando a su Hijo, lo hemos acompañado mientras pasaba por el mundo haciendo el bien, curando enfermos, liberando demonios. Estábamos con él cuando lo condenaron a muerte y nos ganó la decepción, nos habíamos hecho una idea de triunfalismo, pero…

Cuando el discípulo llega a lo más profundo de la decepción nace en él la experiencia de que vive y está entre nosotros, que la muerte no ha podido con su vida, al discípulo le ha renacido el motivo y la razón de la esperanza; la vida es una puerta abierta al futuro. Ahora es el tiempo en que Jesús abre un futuro de esperanza con un anuncio: «cuando venga el Paráclito que os enviaré desde el Padre…», el mismo que él recibió a orillas del Jordán. Ahora es el tiempo de la Iglesia fundada en el Espíritu y en la Verdad.

El discípulo se ha convertido en testigo de la Verdad. Jesús dijo «YO soy la Verdad», pero la verdad no lo libró de la muerte. La verdad hace libre al discípulo, pero no lo va a librar de ser desacreditado y rechazado. Si el mundo rechaza la verdad no podrá conocer a Dios ni a su enviado. Y cuando no se conoce a Dios, hasta la mentira se confunde con la verdad. Se lo avisó Jesús al discípulo: «Llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios».

Nace el tiempo de la esperanza
Nace el tiempo de la esperanza

La Palabra cada día

Siervos o amigos

(Juan 15,9-17)

«Ya no os llamo siervos… a vosotros os llamo amigos». Con estas palabras Jesús cambia la relación de la criatura con su Creador, la relación entre Dios y el ser humano. Para pertenecer a una institución hay que cumplir sus normas. Nos hemos acostumbrado a este tipo de lenguaje: Quien no cumpla las normas de la Iglesia —por ejemplo— o no obedezca a sus jefes puede ser sancionado, apartado incluso de la comunidad; quien no cumpla los mandamientos de la ley de Dios está en pecado.

Jesús ha cambiado la relación de servidumbre, ha cambiado la obediencia incuestionable a los mandamientos, por una relación permanente de amor. Ya no somos el pueblo servidor de Dios, sino los hijos amados, felices y alegres porque vivimos una relación de amor con el Padre-Dios. Como hijos amados de Dios no podemos vivir con el miedo del siervo atento a no fallar para no ser castigado; como hijos amados de Dios vivimos en una relación permanente de amistad con Dios.

El fundamento de esta relación de amistad y amor está en Dios: «Como el Padre me ha amado», el Dios-Creador que por amor se ha entregado a su creación; que ha dejado “su cielo” para vivir entre los humanos, uno más entre ellos. Jesús es la señal del más grande amor de Dios por sus criaturas: «el que da la vida por sus amigos».

Pienso en el amor de la madre. Le dedicamos este día. Lo que hace grande a una madre es darse a sí misma por amor. Se lo oí a un amigo: “nunca supe cuándo se levantaba mi madre, ni cuándo se acostaba, ella me dedicaba todo el día”. Si los hijos permanecemos en su amor, la madre es una mujer feliz.

Siervos o amigos
Siervos o amigos

Jesús ante la herida de la muerte

La Comisión «Acompañamiento en el Duelo» de las parroquias de la Zona-arciprestazgo Este de Vitoria, donde está incluido y participa el centro pastoral BerriOna, organiza cada año un par de charlas-encuentros sobre «el duelo».

Y la segunda charla de este curso será el martes, 7 de Mayo, a las 19:30h en los locales de la parroquia de San Juan Bautista.

Para ello contaremos con Carlos Gil, —teólogo y profesor de Biblia de la Facultad de Teología de Deusto…— que nos hablará sobre: «Jesús ante la herida de la muerte: cómo afrontó la muerte según los evangelios».

Todos hemos vivido situaciones de duelo por la muerte de una persona querida, y todos tenemos personas cercanas pasando por esta situación de duelo.

Acércate este día y/o invita a esa persona cercana que conozcas y que está atravesando un duelo.

Charla con Carlos Gil
Charla con Carlos Gil

La Palabra cada día

Si el mundo os odia…

(Juan 15,18-21)

El discípulo es el sarmiento de la Vid, destinado a dar el mejor fruto para el mundo, cuidado y protegido por el Dios Viñador… Pero nada de esto lo va a privar de momentos difíciles en el anuncio de la Buena Noticia de Jesús. Más todavía: Jesús pronostica que el discípulo será odiado por el mundo… Las maledicencias contra el discípulo —lo que ahora llamamos bulos— son minucias comparadas con el odio que destroza al discípulo y lo lleva incluso a la muerte.

Quien es “promocionado” para una misión importante recibe beneplácitos, se resalta el bien que puede hacer y se exaltan sus cualidades de persona fuerte, pero por lo general nadie le recuerda en ese momento que está destinado a ser odiado. Sin embargo, Jesús desde el principio prepara al discípulo y le pronostica un destino de odio y muerte: «os perseguirán»…

¿Tiene que ser así? En realidad Jesús no descubre nada nuevo: desde su origen la humanidad ha vivido esta experiencia de odio “pondré enemistades entre ti y la mujer…” (Gn 3,15). El discípulo está destinado a seguir los pasos del Maestro: «sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros».

Jesús ha sido enviado por el Padre como Luz para disipar tinieblas, pero las tinieblas lo han rechazado; es la imagen del mundo que rechaza el mensaje de Jesús, que no quiere ver a Dios como Luz que ilumina el camino de la vida. Pero lo más grave, Jesús ha sido enviado a su casa y los suyos no lo han recibido. En el templo lo han condenado a muerte. Es lo que «harán con vosotros a causa de mi nombreÌ. Pero esto es causa de felicidad: «Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa».

Si el mundo os odia…
Si el mundo os odia…

La Palabra cada día

Dios tiene rostro

(Juan 14,6-14)

Una imagen vale más que mil palabras. Hubo tiempos en que las noticias de los telediarios se leían… hoy dependemos de la imagen para conocer lo que ocurre en el mundo. No está lejos de esto la intervención de Felipe en la Palabra que escuchamos hoy: “¡muéstranos al Padre!”.

Los humanos no tenemos imagen de Dios, no le vemos la cara. Tan acostumbrados estamos a la imagen que llegamos a pensar que, si no vemos algo, es que ese algo no existe. ¿Qué podemos decir de algo, o de alguien, que no conocemos porque no lo vemos? Lo de Felipe se ha convertido en el síndrome de la humanidad que necesita la imagen para conocer.

Jesús da la razón al discípulo que quiere ver el rostro de Dios, al mismo tiempo que le reprocha que no lo haya visto: “¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»?”. La humanidad lo pregunta con palabras parecidas: ¿dónde esta Dios en esta historia nuestra? “Dice el necio en su corazón: no hay Dios” (salmo 53,1), porque quien no ve a Dios cree que no existe. Jesús reprocha al discípulo Felipe que no hay sido capaz de haber visto el rostro de Dios.

Toda la humanidad le hará esta pregunta a Dios en el juicio final: “¿Cuándo te vimos…?” (Mt 25,39). Y la humanidad recibirá la respuesta: «lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis». La humanidad puede ver el rostro de Dios en las obras de misericordia: «creed a las obras», recomienda Jesús. El Papa Francisco nos recuerda que la misericordia es el rostro de Dios. La misericordia no es una idea, sino una obra concreta, y en ella se ve el rostro de Dios.

Dios tiene rostro
Dios tiene rostro
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