La Palabra cada día

Yo lo conozco y guardo su Palabra

Yo lo conozco y guardo su Palabra

(Juan 8,51-59)

¿Qué conocimiento tenemos de Dios? La pregunta no es ociosa, deberíamos repetírnosla con frecuencia. Tenemos dos clases de conocimiento, el que nace de lo que se aprende en libros, en charlas, el que se transmite en redes sociales, etc., pero a Dios también se le puede conocer por la experiencia de lo vivido.

Los judíos con los que Jesús habla en el Templo tienen un largo conocimiento de Dios. Estos judíos han escrito mucho sobre Dios, lo conocen a través de patriarcas, de profetas, de libros y de oraciones en el templo. Jesús se atreve a decirles que eso no es suficiente: «vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis».

Jesús causa un gran malestar a los judíos del Templo. También causaría el mismo malestar si las dijera hoy en algunos templos de nuestra iglesia, donde también se escucha la prédica de quienes hablan de “nuestro Dios”, como si ese conocimiento los hiciera dueños de Dios. Quizás el Dios que Jesús nos revela no sea el que nosotros decimos conocer. Podría ocurrir que quien se adueña del conocimiento de Dios cayera en la misma tentación de aquellos hebreos en el desierto: “Este es tu dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto” (Ex 32,4)

Jesús nos revela su conocimiento de Dios: «Yo lo conozco y guardo su Palabra». Dios se dice a sí mismo. Desde siempre se ha revelado a la humanidad, al final de los tiempos se ha hecho Palabra. Sólo por medio de esta Palabra podemos conocer a Dios. Por medio de la Palabra sabemos que conocer a Dios es lo mismo que tener necesidad de Él para vivir: «Quien guarde mi Palabra no gustará la muerte para siempre». Quien depende de Dios para tener vida no puede hacerse dueño de Dios.

Yo lo conozco y guardo su Palabra
Yo lo conozco y guardo su Palabra

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