La Palabra cada día

«¿Soy yo acaso, Maestro?»

«¿Soy yo acaso, Maestro?»

(Mateo 26,14-25)

Después de la Pasión y la Muerte de Jesús, el relato que escuchamos hoy es quizás el más trágico. No es el momento de la tragedia de Jesús, sino de nuestra propia tragedia. Quizás tengamos la osadía de no considerarnos involucrados: Sabemos que fue Judas quien lo traicionó, por lo tanto, sólo él es el culpable de esta tragedia. Sin embargo, aparece el fantasma de la duda. Esa es la tragedia. La duda despierta la culpabilidad; no queda claro que únicamente Judas sea el culpable.

Ahora que conocemos el resultado podemos sentarnos a la mesa de la Cena del Señor, del “Maestro”, y preguntarnos: ¿no somos capaces de traicionarlo? Los discípulos —“uno tras otro”— se lo preguntaron. ¿Acaso había pasado por su cabeza la idea traicionarlo? ¿Acaso esta misma ha pasado ha pasado alguna vez por nuestra cabeza? Esta idea no había aparecido en el camino mientras íbamos con Jesús. Pero ahora estamos en el momento trágico de la duda. Necesitamos despejarla.

Judas, el discípulo, no traicionó a Jesús porque no lo amara. Tampoco Pedro lo negó por odio. Pedro lo negó por miedo. Judas lo traicionó por su idea de mesianismo, que no coincidía con la de Jesús. Es ahora el momento de examinar qué nos mueve a seguir a Jesús. Quizás no lo negamos, pero tampoco hablamos abiertamente de su Reino en nuestras conversaciones ni en las relaciones sociales. Quizás no lo vendemos, pero es posible que lo traicionemos porque el mensaje del Maestro no coincide con nuestra ideología.

Nos ronda la tentación de actuar como Judas: resulta fácil en nuestros días dar la espalda a Jesús si su mensaje no coincide con nuestras ideas. ¿No están así las cosas entre quienes nos sentamos a la Mesa de la Cena del Señor?

«¿Soy yo acaso, Maestro?»
«¿Soy yo acaso, Maestro?»

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