La Palabra cada día

«¿También vosotros queréis marcharos?»

«¿También vosotros queréis marcharos?»

(Juan 6,60-69)

Recordamos con nostalgia los tiempos pasados, iglesias llenas, un pueblo que vive al ritmo de la campana de la torre de la Iglesia; antes éramos buenos cristianos, cumplíamos y respetábamos las normas. Como el “rosario de la aurora”, así seguimos a Jesús sus discípulos, y así es como termina el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm.

Jesús ha hablado del misterio que es preciso descubrir detrás de los signos: el pan perecedero encierra el misterio de Jesús, pan que perdura y da la vida eterna a quien lo come. Jesús ha revelado una realidad que supera las realidades temporales, él se dice bajado del cielo, enviado y sellado por Dios.

¿Puede alguien cuyos padres conocemos haber bajado del cielo; acaso alguien cuyo comportamiento conocemos puede atreverse a decir que es hijo de Dios bajado del cielo? ¿Se puede sostener que para unirse a Jesús y creer en él haya que comer su carne?

Es más que evidente el abandono de Jesús y la deserción en la iglesia. Pensamos que el problema lo tienen quienes abandonan. Si escuchamos bien su Palabra, Jesús se dirige a hora quien permanece, al discípulo que está con él: «¿también vosotros queréis marcharos?». Pedro tiene la respuesta “tú eres el Santo de Dios”.

Aceptar el misterio del espíritu y la vida en la Palabra es confesar que Jesús esta sellado por el Padre, es el Santo de Dios, que todo ser humano está sellado por el Dios, que puede anunciar palabras de espíritu y vida, que nuestra su está impregnada de su misterio de la santidad de Dios, que Jesús habita en quien come su carne.

El discípulo que permanece con Jesús ha de responder a su pregunta: ¿Quién soy yo para ti?

«¿También vosotros queréis marcharos?»
«¿También vosotros queréis marcharos?»

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