La Palabra cada día

La Palabra, fuente de la fe

La Palabra, fuente de la fe

(Juan 12,44-50)

Escuchamos el último discurso de Jesús con los judíos; en adelante, hasta el momento de su pasión, hablará sólo con sus discípulos. Jesús vino al mundo enviado por el Padre como Palabra hecha carne y como Luz que vencerá a las tinieblas. Dios no envió a su Hijo a condenar al mundo sino a salvarlo por él. Jesús en su último discurso recuerda con insistencia —“gritó”— al pueblo judío este proyecto de Dios Padre.

«Yo soy la luz y el que me sigue no anda en tinieblas». Hay mucha tiniebla en el mundo que no permite ver la luz. «Yo he venido al mundo como luz». La luz permite ver lo que las tinieblas pretenden ocultar: «el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado». Esta luz es una señal que nos descubre el misterio de Dios; podemos ver en Jesús al profeta, al hombre justo, santo, misericordioso… pero sin esta Luz no podremos ver en él al Padre que lo ha enviado.

Una Palabra tuya, basta”, dijo a Jesús un funcionario. Sorprendido por esa afirmación Jesús aseguró: «No he visto tanta fe en nadie en Israel». Creer en Jesús supone una actitud de escucha: “oír mis palabras”, “guardarlas”. El justo que vive de la fe no es el que cree en algo, cree en la Palabra de Jesús.

Aceptar la fe no es una cuestión intelectual, sino de la vida práctica; Jesús no habla de estudiar sus palabras, sino de “guardar mis palabras”. Guardar la Palabra es la evidencia inequívoca de haber entrado en una relación personal de fe con Cristo. Jesús no impone la fe, invita a descubrir la libertad que Dios da al ser humano para creer en él. «No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo». Jesús no es el Mesías que terminara con los enemigos, ha venido a salvar a todos por igual.

La Palabra, fuente de la fe
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